Vuelven a interrogarme con preguntas que siempre quiero evitar. Por más que me esfuerce, cedo antes tal fuerza que me carcome. No sé, he respondido sin pensar. Extrañarte implica más que la palabra y un solo sentimiento. Si hacerlo es anhelar verte sonreír al decirte lo mucho que me importas, lo acepto, te extraño. No responde completamente, voy hacia lo más profundo de mi pensamiento. Si extrañarte también es sentir tu alma junto a la mía en los momentos más difíciles por las lejos que estemos, soy culpable. Pido salir del profundo agujero pero me dicen que aún no estoy listo. ¿Cuándo y quién decidió por mi? Hace mucho, parece.
No quiero pensar más, no podré con esto. Lo intento. Si recuerdo cada detalle de la noche en que hicimos que esto naciera como el sentimiento perfecto para los demás; sí, te extraño. Continúo, gritando toda verdad que de mi emana. Quisiera ser aquel que te cuide de tus peores miedos. Daría lo que fuera por verte triunfar. Extraño amanecer a tu lado después de una velada con las estrellas a la orilla de la ciudad. Me hace falta tu hombro en mis peores momentos. Necesito de la confianza que sólo en ti encuentro. Anhelo estar contigo. ¡CARAJO! ¡TE EXTRAÑO!
Adopto una posición fetal al tiempo que repito la la frase: te extraño. La escucho cada vez menos. Duermo y puedo observar mi cuerpo que apenas le roza un rayo de luz, tirita de frío repitiendo lo mismo. Debo estar así hasta que tenga la suficiente fortaleza para vencer todo aquello que me hace mal. Hasta ese momento, quedaré ahí luchando para no estancarme.
Despierto. Todo fue un mal sueño, una pesadilla de la que no he despertado realmente.