miércoles, 29 de abril de 2015

Mil formas.

Las flores se han marchitado y caído con la lluvia que siempre llega sin avisar. Las aves se refugian de lo que pinta para ser una gran tormenta. Las gotas caen poco a poco, sigilosamente. Sin importar su destino, la tarea que llevan consigo es hacer que la persona que tenga la fortuna de ser tocada por una de ellas, mire al cielo y se haga la misma pregunta: ¿Por qué hoy? Porque las peores y mejores cosas siempre son así: inoportunas. Así como te alegra ver un día completamente soleado, las nubes grises acompañará tu triste mirada.

El ritmo de tu andar, encaja perfecto con la situación. Detenerte, no hará que la tempestad pare, hay que buscar un lugar donde aguardar que pase a menos que tengas el valor de caminar a su lado hasta un lugar donde ya no exista, un lugar donde seas libre. Para que eso pase, tus pasos deben se constantes, tratando de no caminar en la dirección contraria. Podrás escuchar el crujir de alguna hoja que ha quedado seca. Mirarás el curso natural que toma el agua al acumularse en algún sendero. Después de tanto caminar, te será cómodo estar de esa forma, te habrás acostumbrado en ese punto a la imagen tuya destrozada, de pie. Contemplarás la belleza del fenómeno, hay seres así. Es algo pesado a lo que tienes que hacer frente porque no será la última vez. El tiempo es tan lento como quieras que transcurra, además de que puedes quedarte atrapado en cualquier etapa. Infortunio, ya te has visto ahí tratando de no darte cuenta que ha sido de esa manera.

Cualquier cosa te hace recordar que algo similar dejaste atrás, te hará querer regresar para rescatarlo. Pero dime si estás realmente dispuesto a volver por algo que sólo tiene pintura en su exterior. Somos ciegos por convicción, no por naturaleza. La capacidad tiene que ser desarrollada a lo largo de varios eventos. Para avanzar, se tiene que dejar algo atrás.

Me duele dejarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario